Gen 2 - La Plata

Se oye hablar de la cruz en Cuaresma, se la besa el Viernes Santo, se la coloca en las aulas; marca con su signo algunas de nuestras acciones, pero no se la comprende.

Quizás todo el error radique en esto: que en el mundo no se comprende el amor. [...]

A Jesús el amor lo llevó a la cruz, lo que muchos consideran que fue una locura.

Pero sólo esa locura ha salvado a la humanidad y ha forjado a los santos.

Los santos son, en efecto, hombres capaces de comprender la cruz. Hombres que, siguiendo a Jesús, el Hombre Dios, tomaron la cruz de cada día como lo más precioso de la tierra; la esgrimieron a veces como un arma, haciéndose soldados de Dios, la amaron toda su vida y conocieron y experimentaron que la cruz es la llave, la única llave que abre un tesoro, el tesoro. Abre, poco a poco, las almas a la comunión con Dios. Y, a través del hombre, Dios se asoma de nuevo al mundo y repite –de modo infinitamente inferior, pero semejante- las acciones que Él realizó en un tiempo cuando, hombre entre los hombres, bendecía a quien lo maldecía, perdonaba a quien lo injuriaba, salvaba, curaba, predicaba con palabras de cielo, saciaba a los hambrientos, fundaba sobre el amor una nueva sociedad y manifestaba la potencia de Aquel que lo había enviado. [...]

Pero es preciso “tomar la propia cruz...”, despertarse por la mañana esperándola, sabiendo que sólo por ella llegan a nosotros esos dones que el mundo no conoce; esa paz, ese gozo, ese conocimiento de las cosas divinas que escapa a la mayoría.

La cruz... algo tan común, tan fiel, que no falta ningún día a la cita. Bastaría recogerla para hacerse santo.

La cruz, emblema del cristiano, que el mundo no quiere porque cree que huyendo de ella huye del dolor, y no sabe que ella abre, de par en par, el alma del Amor. Ese amor que el mundo busca tanto. Pero que no tiene.

Chiara Lubich, Escritos espirituales 1